TRES PEQUEÑOS AVENTUREROS Y EL AMOR DE UNA MADRE

07/11/2021

Una historia real, en homenaje a mi madre, a todas las madres

Esos niños tenían 8 o 9 años pero el mundo se rendía a sus pies y no había aventura que se les presente como imposible, se encontraron en la escuela, como todas las mañanas y en el recreo acordaron la travesía para la siesta. Esa siesta vacía de personas grandes, esas siestas llenas de cantos lejanos de pájaros que asustan y que atrae a los niños aventureros.

El acuerdo fue juntarse a la siesta en la casa de Mailen y desde allí atravesar la siesta hasta el arroyo San Felipe, ni más ni menos que el San Felipe, al que muchos han desafiado y se los ha llevado a sus pozos de 15 metros de profundidad para no devolverlos.

Justamente ese resultaba un desafío menor para estos niños atrevidos, que jamás se rendirían ante el soberbio arroyo, que ofrecía la tentación de árboles en su costa para saltar hacia sus pozos, algunos peces para dar una batalla y sacarlos del agua o troncos sueltos para construir embarcaciones aventureras.

Así fue que se encontraron y tuvieron que superar el primer obstáculo, Elvira, la madre de uno de los aventureros, “ni se les ocurra que los voy a dejar ir solos al San Felipe, son muy chicos para andar por ahí”, los niños se miraron con cara de “Elvira no nos conoce, no saben de lo que somos capaces” y la primer capacidad que demostraron fue convencerla, a medias, de que los dejara ir hacia ese tranquilo y suave arroyito.

Lo lograron, primer problema superado, fueron caminando el kilómetro que tenían que recorrer, con la actitud de aquellos que han demostrado que pueden hacer lo que quieran.

Pero el permiso de Elvira no fue sencillo y tenía una condición, “no ingresar el arroyo”, la respuesta fue convincente, “por supuesto que no vamos a meternos, ni se nos ocurrió esa idea”.

Llegaron, tiraron algunas piedritas al agua, después unos palos y finalmente se tiraron ellos, la promesa no necesitaba cumplirse porque mamá no sabía de las grandes capacidades de los tres aventureros, por lo que ni siquiera sentían culpa de no cumplirla.

Pasó un poco de tiempo y cada vez necesitaban llegar más lejos, por lo que arrimaron un tronco al agua y allá fueron, a cruzar los cien metros del profundo y traicionero arroyo trepados en un tronco y ocurrió algo inesperado: “¡Mi mamá!, ¡tu mamá!, ¿y ahora que hacemos?”

Se habían esfumado los corajes de los aventureros, capaces de enfrentar a cualquier animal salvaje de la jungla, pero no a Doña Elvira enfurecida por no cumplir la promesa, por el miedo que sentía de que a su bebé le pasara algo.

“Vení” le gritó desde la costa y los navegantes condujeron el tronco hacia la costa, pero muy lejos desde donde estaba ella, tocaron tierra y dispararon, la habían hecho enojar.

Todos a su casa y Mailen a esperar la vuelta de mamá, ella llegó tranquila y hasta parecía que ni se había enojado por lo sucedido.

“Andá a darte un baño que ese arrollo está muy sucio” y el nene le dijo dulcemente “si mami”, ya no parecía ser un guerrero invencible, pero el hecho de no haber sufrido consecuencias por su decisión de navegar lo estaba convenciendo de que podía hacer lo que quisiera la próxima vez, mientras pensaba esto llegó mamá y le hizo ver que no debió arriesgar su vida navegando en un tronco por un arroyo tan peligroso como ese, las consecuencias de aquella reprimenda, que no voy a describir, sirvieron de maestría en cuidado de la vida y desde ese día ya nunca se subió a ningún tronco en ningún arroyo ni río ni mar ni océano.

(Víctor Hutt)

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