Hace algunos años las clases comenzaban a mediados o fines de marzo, ¿porque sí?, ¿por capricho? No, para proteger a los niños de las altas temperaturas, porque no hay aprendizaje posible en el agobio de una jornada calurosa, porque una escuela que agrede a niños o adolescentes es una escuela que no atrae.
Fue pasando el tiempo, un gobierno exigió 180 días de clases y después vino otro gobierno que para no ser menos exigió 190 días de clases, con un pensamiento lineal y muy básico que sólo mide los aprendizajes en la cantidad de días de clases y se alejaron de las posturas humanitarias que aconsejaban que niños y adolescentes no concurran a clases a sufrir en ellas por las altas temperaturas, cuestión que en nuestras escuelas se profundiza por falta de ventiladores, de arbolado, de cortinas y todo lo que se les ocurra.
Pero listo, no voy a seguir con los argumentos, porque a muchos no les interesan los razonamientos, a los gobernantes poco les importa el cuidado de los niños, prefieren vivir de las estadísticas, 190 días, felicitaciones.
Ya lo vivimos duramente en el 2023 y hubo que suspender muchos días de clases porque los niños se nos caían desmayados por el agotamiento de las jornadas.
Ya que los funcionarios se empecinan en jugar para las estadísticas sacrificando a los chicos y chicas, voy a poner la cuestión en el cuerpo de los padres, que entiendo que sentirán el sufrimiento de sus hijos, les propongo que en estos días de febrero o los primeros de marzo hagan la prueba, que se queden algunas horas en las aulas de sus hijos, en esas que tienen ventanas que dan al sol sin árboles, con cortinas que frenan el sol y si es posible en una de esas en las que no hay ventiladores o se mueven sólo para cumplir dando una vueltitas.
Si después de vivir esa experiencia deciden no decir nada al respecto, no reclamar, no levantar la vos, entenderé que el problema de esos niños no es el calor.