07/11/2021
Un cuento
Ese día en el trabajo no era un día más para Alfredo, ya llevaba dos años y seis meses compartiendo sus horas con Guadalupe, pero siempre dentro del lugar de trabajo y eso tenía que cambiar.
Alfredo también llevaba la cuenta del tiempo que había pasado desde que Guada había decidido terminar con su anterior relación, dos años habían transcurrido y él entendía que todo estaba muy claro, las miradas que recibía lo confirmaban, lo entendía claramente.
Ese día era el día, esa noche era la noche en que se iban a encontrar, pero esta vez fuera del lugar de trabajo, y el mejor lugar era justamente la confitería a la que Guadalupe concurría con frecuencia, sería un encuentro diferente al de todos los días, el comienzo de esa vida que Alfredo pensaba cada día junto a ella.
El día de trabajo transcurrió como todos los días, parecía un día más, pero Alfredo veía la complicidad en las miradas de Guadalupe en cada cruce, él recibía el mensaje de la confirmación de la primera noche juntos todo el tiempo.
Terminó el horario laboral, Guadalupe se despidió de todos los compañeros con el clásico hasta mañana, Alfredo dijo en voz muy baja un hasta luego, hasta la noche.
Alfredo se fue a su casa, estuvo un rato y tuvo tiempo de salir a hacer unas compras, pantalón, camisa, unos zapatos y un perfume de esos que huelen a romance, volvió alrededor de las siete de la tarde, sentía que se le estaba haciendo tarde y no podía permitirse ese error, en realidad le quedaba mucho tiempo para el encuentro pero en su cabeza el tiempo no transcurría con normalidad, iba para adelante y para atrás, inmediatamente de que se sintió retrasado pasó a sentir que faltaba una eternidad para la noche.
Llegó el momento de iniciar el camino a la confitería, pasó por un cajero automático y sacó mucho dinero, por las dudas, no podía permitirse que alguna idea no pudiera realizarse por falta de efectivo, siguió caminando y disfrutando del viaje, caminaba erguido y sonriente, hasta en algún momento hablaba con Guadalupe y luego se reía de sí mismo, ella no iba caminando a su lado, pero eso era por ahora, sólo por ahora.
Llegó a la confitería a las nueve de la noche, un lugar muy grande, con mucha gente, con lugares apartados y tranquilos como para compartir un momento especial con la mujer amada, un lugar ideal para quedar en la historia como el escenario del primer beso, todo era perfecto, nada podía ser mejor que esa noche, que recién comenzaba a configurarse y todo de acuerdo a lo que soñaba hacía mucho tiempo.
Pidió una mesa con dos sillas, le avisó al mozo que venía con una amiga, se lo dijo de una forma que el mozo entendió y fue a buscar un adorno de flores, ese detalle le aflojó las piernas a Alfredo y si no hubiera estado sentado quizás se hubiera caído o al menos trastabillado.
Pidió dos cafés, para él y para Guadalupe, pero antes de que se vaya el mozo le dijo que le trajera uno solo, que lo volvería a llamar cuando llegara ella, porque si se demoraba se le enfriaría.
Las personas entraban y salían, el lugar tenía mucho movimiento, él no lo conocía, pero Guadalupe le había contado como era la movida en el lugar. Cada vez que se escuchaba la puerta Alfredo levantaba sus ojos, su sonrisa y sus hombros, sentía que venía ella.
El tiempo iba pasando, en momentos lentamente y en momentos aceleradamente, la noción del tiempo es subjetiva y depende de las emociones, y precisamente las emociones de Alfredo eran difíciles de contener, los latidos de su corazón aceleraban y frenaban, un nudo recorría su cuerpo, algunas veces en la garganta, otras veces en el pecho y otras veces en el estómago, pero estaba feliz, sentir ese nudo le recordaba el momento que estaba viviendo, el momento que esperaba hacía mucho tiempo.
El mozo le pasaba cerca y con su mirada le iba marcando el tiempo, Alfredo sintió que debía volver a ordenar otra cosa mientras esperaba, pidió algo liviano, no quería saciar su apetito antes de que ella llegara.
Tenía el perfume nuevo en el bolsillo y cada tanto renovaba su aroma, era importante que ella se viera invadida por ese perfume ni bien se sentara en su mesa, eso seguramente haría que luego todo fuera más rápidamente romántico, más tarde tuvo que volver a pedir otra cosa, algo liviano nuevamente y una bebida para acompañar, pero solo una gaseosa, Guadalupe decidiría lo que compartirían en sus copas, en definitiva, esa era la confitería elegida por ella, entonces él le había cedido esa decisión.
Fueron pasando las horas, fueron pasando las comidas livianas, él ya no podía comer nada más, el lugar fue quedando vacío, algunas sillas se fueron subiendo a las mesas en señal de aviso a los comensales que iban quedando y nuevamente el mozo, con sus miradas inconfundibles y llenas de mensaje le avisó que era el momento de marcharse y con la próxima mirada le mostró que le llamaba la atención que su amiga nunca llegó.
Alfredo pidió y pagó su cuenta, respondió al mozo con una sonrisa sobre su amiga y se fue caminando despacio, sin perder su felicidad, había pasado una noche casi perfecta y hasta llegó a prometerse que la próxima vez se atrevería a invitar a Guadalupe a ir juntos a ese hermoso lugar, para no estar dependiendo de la suerte y esperando que la casualidad haga que justo ella decida ir y encontrarlo en una mesa sólo y con una silla vacía que podría ser ocupada por ella.
(Víctor Hutt)