Lengua y Literatura 1° A y C, 2° D, 3° C y D

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Actividad para 1º año. ESA Nº 12 (17/3/2020)

MATERIA: Lengua y Literatura                                    DOCENTE: Daniela Elisa Evequoz

  1. Lea el siguiente cuento.-
  2. Resuelva las consignas que se enumeran al final.

La pata de mono – W.W. Jacobs

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa, los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez; el primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.

—Oigan el viento —dijo el señor White. Había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.

—Lo oigo —dijo éste, moviendo implacablemente la reina—. Jaque.

—No creo que venga esta noche —dijo el padre con la mano sobre el tablero.

—Mate —contestó el hijo.

—Esto es lo malo de vivir tan lejos —vociferó el señor White, con imprevista y repentina violencia—. De todos los suburbios, éste es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa.

—No te aflijas, querido —dijo suavemente su mujer—, ganarás la próxima vez.

El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio.

—Ahí viene —dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido.

Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza.

—El sargento,mayor Morris —dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego.

Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.

—Hace veintiún años —dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo—. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.

—No parece haberle sentado tan mal —dijo la señora White amablemente.

—Me gustaría ir a la India —dijo el señor White—. Sólo para dar un vistazo.

—Mejor quedarse aquí —replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza.

—Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas —dijo el señor White—. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?

—Nada —contestó el soldado apresuradamente—. Nada que valga la pena oír.

—¿Una pata de mono? —preguntó la señora White.

—Bueno, es lo que se llama magia, tal vez —dijo con desgana el militar.

Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero, llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.

—A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular — dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo.

La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente.

—¿Y qué tiene de extraordinario? —preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla.

—Un viejo faquir le dio poderes mágicos —dijo el sargento mayor—. Un hombre muy santo… Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: tres hombres pueden pedirle tres deseos.

Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.

—Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? —preguntó Herbert White.

El sargento lo miró con tolerancia.

—Las he pedido —dijo, y su rostro curtido palideció.

—¿Realmente se cumplieron los tres deseos? —preguntó la señora White.

—Se cumplieron —dijo el sargento.

—¿Y nadie más pidió? —insistió la señora.

—Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.

Habló con tanta gravedad que produjo silencio.

—Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán —dijo, finalmente, el señor White—. ¿Para qué lo guarda?

El sargento sacudió la cabeza:

—Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después.

—Y si a usted le concedieran tres deseos más —dijo el señor White—, ¿los pediría?

—No sé —contestó el otro—. No sé.

Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.

—Mejor que se queme —dijo con solemnidad el sargento.

—Si usted no la quiere, Morris, démela.

—No quiero —respondió terminantemente—. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche las culpas de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela.

El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó:

—¿Cómo se hace?

—Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias.

—Parece de Las Mil y Una Noches —dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa—. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos?

El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento.

—Si está resuelto a pedir algo —dijo agarrando el brazo de White— pida algo razonable.

El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.

—Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros —dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren—, no conseguiremos gran cosa.

—¿Le diste algo? —preguntó la señora mirando atentamente a su marido.

—Una bagatela —contestó el señor White, ruborizándose levemente—. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán.

—Sin duda —dijo Herbert, con fingido horror—, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer.

El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad.

—No se me ocurre nada para pedirle —dijo con lentitud—. Me parece que tengo todo lo que deseo.

—Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? —dijo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro—. Bastará con que pidas doscientas libras.

El padre sonrió, avergonzado de su propia credulidad, y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves.

—Quiero doscientas libras —pronunció el señor White.

Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él.

—Se movió —dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer—. Se retorció en mi mano como una víbora.

—Pero yo no veo el dinero —observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo sobre la mesa—. Apostaría a que nunca lo veré.

—Habrá sido tu imaginación, querido —dijo la mujer, mirándolo ansiosamente.

Sacudió la cabeza.

—No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto.

Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse.

—Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama —dijo Herbert al darles las buenas noches—. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos.

Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto.

II

A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible.

—Todos los viejos militares son iguales —dijo la señora White—. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte?

—Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza —dijo Herbert.

—Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias —dijo el padre.

—Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta —dijo Herbert, levantándose de la mesa—. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.

La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido.

Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes.

—Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas —dijo al sentarse.

— Sin duda —dijo el señor White—. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo.

—Habrá sido en tu imaginación —dijo la señora suavemente.

—Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era… ¿Qué sucede?

Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar.

Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla.

Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio.

—Vengo de parte de Maw & Meggins —dijo por fin.

La señora White tuvo un sobresalto.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?

Su marido se interpuso.

—Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor.

Y lo miró patéticamente.

—Lo siento… —empezó el otro.

—¿Está herido? —preguntó, enloquecida, la madre.

El hombre asintió.

—Mal herido —dijo pausadamente—. Pero no sufre.

—Gracias a Dios —dijo la señora White, juntando las manos—. Gracias a Dios.

Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio.

—Lo agarraron las máquinas —dijo en voz baja el visitante.

—Lo agarraron las máquinas —repitió el señor White, aturdido.

Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados.

—Era el único que nos quedaba —le dijo al visitante—. Es duro.

El otro se levantó y se acercó a la ventana.

—La compañía me ha encargado que les exprese sus condolencias por esta gran pérdida —dijo sin darse la vuelta—. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron.

No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida.

—Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente —prosiguió el otro—. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada.

El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿Cuánto?

—Doscientas libras —fue la respuesta.

Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado.

III

En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio.

Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio.

Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo.

El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar.

—Vuelve a acostarte —dijo tiernamente—. Vas a coger frío.

—Mi hijo tiene más frío —dijo la señora White y volvió a llorar.

Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó.

—La pata de mono —gritaba desatinadamente—, la pata de mono.

El señor White se incorporó alarmado.

—¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede?

Ella se acercó:

—La quiero. ¿No la has destruido?

—Está en la sala, sobre la repisa —contestó asombrado—. ¿Por qué la quieres?

Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente:

—Sólo ahora he pensado… ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste?

—¿Pensaste en qué? —preguntó.

—En los otros dos deseos —respondió en seguida—. Sólo hemos pedido uno.

—¿No fue bastante?

—No —gritó ella triunfalmente—. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.

El hombre se sentó en la cama, temblando.

—Dios mío, estás loca.

—Búscala pronto y pide —le balbuceó—; ¡mi hijo, mi hijo!

El hombre encendió la vela.

—Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo.

—Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo?

—Fue una coincidencia.

—Búscala y desea —gritó con exaltación la mujer.

El marido se volvió y la miró:

—Hace diez días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras…

—¡Tráemelo! —gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta— . ¿Crees que temo al niño que he criado?

El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa.

El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto.

Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano.

Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo.

—¡Pídelo! —gritó con violencia.

—Es absurdo y perverso —balbuceó.

—Pídelo —repitió la mujer.

El hombre levantó la mano:

—Deseo que mi hijo viva de nuevo.

El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. La vela se había consumido, hasta casi apagarse. Proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes.

Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado.

No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela.

Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada.

Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe.

—¿Qué es eso? —gritó la mujer.

—Un ratón — dijo el hombre—. Un ratón. Se me cruzó en la escalera.

La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa.

—¡Es Herbert! ¡Es Herbert! —La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó.

—¿Qué vas a hacer? —le dijo ahogadamente.

—¡Es mi hijo; es Herbert! —gritó la mujer, luchando para que la soltara—. Me había olvidado de que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta.

—Por amor de Dios, no lo dejes entrar —dijo el hombre, temblando.

—¿Tienes miedo de tu propio hijo? —gritó—. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy.

Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante:

—La tranca —dijo—. No puedo alcanzarla.

Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono.

—Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara…

Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo.

Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera; y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo.

Título original: The Monkey’s Paw (1902)

Para comentar después de leer:

– ¿Qué sucesos fantásticos ocurrieron en el cuento? ¿Se explican esos sucesos? ¿Cómo? ¿Están seguros de que fue la pata de mono? ¿Puede haber alguna duda? Fíjense que el cuento comenzó en un ambiente cotidiano y familiar y que poco a poco -con la irrupción del objeto fantástico- se fue creando una atmósfera extraña, casi de terror. Relean esas partes y traten de averiguar por qué habrán sido presentados así esos hechos. Podemos pensar qué efecto provoca el narrador cuando va introduciendo esos detalles cada vez más escalofriantes. – La pata de mono es un objeto maléfico. ¿Qué pistas aparecen en el diálogo del Mayor Morris? ¿Cómo reaccionan los distintos personajes cuando ven la pata de mono? ¿Cuál es el poder de la pata, cómo hay que invocarlo? Por otra parte, podemos revisar si esa misma “atmósfera” sobrenatural, esa falta de explicación de los hechos aparece en otros relatos, no sólo donde se presenta una pata de mono. – ¿Conocen otros cuentos o relatos sobre los tres deseos, o sobre objetos extraños que cumplen deseos?

Para escribir después de leer.

Podemos buscar alguna información sobre amuletos y talismanes. Luego, escribir nuestra descripción, lo más detallada posible, acerca de algún talismán, sobre sus poderes y castigos, su forma y uso. Por último, pensar cómo podría aparecer ese objeto mágico en un relato: ¿En qué época y en qué ambiente ubicarías esta historia? ¿El talismán sería nombrado al comienzo del cuento, o luego de haber avanzado la acción? ¿Qué personas se beneficiarían? ¿Algunas se perjudicarían, cómo? ¿Habría que sortear algunas pruebas? – Planifiquen su cuento, escriban primero qué partes no deberían faltar en esta historia; qué nombres tendrían sus personajes, qué decisión tomaron sobre época y lugar. – Decidan quién cuenta la historia: ¿un narrador anónimo? ¿uno de los personajes? En ese caso, ¿qué sucedería si quien cuenta es uno de los personajes que se ve comprometido en la historia? Tal vez haya que resolver esto primero… – Empiecen escribiendo un primer borrador, reléanlo, dénselo a leer a otros.

Proponemos escribir un cuento imaginando que esto no es así, que la pata de mono es encontrada por alguien en estos días, y que ese alguien le pide tres deseos. Convendría, antes de escribir, pensar las siguientes cuestiones: • ¿Quién encuentra la pata de mono? ¿Un niño o un adulto? ¿Una mujer o un hombre? ¿Es pobre? ¿O tiene necesidades que noi son materiales? ¿La lleva, quizás, a la escuela? ¿Se la muestra a sus amigos? • ¿Dónde la encuentra? ¿Cómo se entera de su poder? • ¿Qué deseos le pide? ¿Qué consecuencias le trae? (Recordar que la idea en el cuento de Jacobs es que cada deseo que es concedido provoca una desgracia, la pata es un objeto maléfico).


Actividad para 2do año D – ESA Nº 12  (17/3/2020)

MATERIA: Literatura              DOCENTE: Daniela Elisa Evequoz

& Lea y resuelva las consignas

 Fíjate en estos textos con tu compañero/a. Nos dan información contextual que nos ayuda a conocer mejor la obra más famosa de Cervantes. ¿Qué título le pondrían a cada texto?

 En los siglos XVI y XVII, España tenía aproximadamente 6.500.000 habitantes. En aquella época, España era una sociedad en profunda crisis. La política interior fue desastrosa, porque los gobernantes sólo buscaban su beneficio personal. En medio de la crisis económica, política y social que existía, surgieron los mejores nombres del arte español en una época conocida como el Siglo de Oro.

Nació en 1547 en Alcalá de Henares, cerca de Madrid. En 1571 participó como soldado en la batalla de Lepanto, donde recibió tres tiros y perdió como consecuencia el uso de su mano izquierda. En 1585 Cervantes publicó La Galatea, novela con la que ganó algo de fama pero poco dinero. En 1605 se publicó el Quijote. Desde 1609 hasta el día de su muerte, el escritor vivió en Madrid, donde desarrolló una intensa actividad literaria. En 1615 publicó la segunda parte del Quijote y un año después, el 23 de abril, falleció en Madrid. ™

La primera edición del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha fue en 1605. En 2005 se cumplen cuatrocientos años de esta edición y se celebra con eventos especiales que duran todo el año. En la obra se relata la historia de Alonso Quijano, un hidalgo que se volvió loco por leer libros de caballerías todo el tiempo. Inspirado por las historias que ha leído, Alonso Quijano intenta imitar estas aventuras. Hay muchos pasajes y capítulos famosos en la obra, pero el capítulo 8, “La aventura de los molinos”, es uno de los más populares.

 Ahora, con la ayuda de tu compañero/a, señala en los textos una oración donde: a. Informamos sobre un acontecimiento o acción única en el pasado -> b. Informamos sobre un acontecimiento en el pasado que tiene relación con el presente -> c. Describimos acciones habituales, personas o cosas en el pasado -> d. Describimos una(s) circunstancia(s) que enmarca(n) un acontecimiento -> e. Hacemos referencia a circunstancias y acciones pasadas, anteriores a otro hecho pasado -> ¿Qué tiempos del pasado utilizamos en cada una de estas funciones? Escríbelo al lado de las flechas.

5. Lectura y trabajo con el fragmento 1

 A continuación tienes el primero de los fragmentos del capítulo I del Quijote. Léelo y pasa a la actividad 6a. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, huevos con tocino los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su renta. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. La edad de nuestro hidalgo se acercaba a los cincuenta años. Era de complexión fuerte, seco de carnes, rostro delgado, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba «Quijana».

 Vocabulario Relaciona las palabras de la izquierda con los significados de la derecha.

El hidalgo                            Un palo con una punta de hierro que sirve como arma ofensiva.

 El galgo                               Un escudo de cuero para protegerse.

 El rocín                                Un perro de caza.

La lanza                               Hombre que pertenece al estrato más bajo de la nobleza.

La adarga                            Un caballo no muy fuerte

6b. Preguntas de comprensión Marca verdadero (V) o falso (F) al lado de las siguientes afirmaciones: ¿V o F?

 En la casa del hidalgo vivían cuatro personas: la criada, una sobrina, un joven ayudante y él.

El hidalgo tenía más de cincuenta años

. El hidalgo se apellidaba Quijana.

 Los viernes comía carne de cerdo.

7. Para contar la historia Resume con tus compañeros el fragmento del capítulo que han trabajado. Piensa que luego se lo vas a contar a los compañeros de otros equipos. Así, entre todos podremos construir el capítulo entero. Utiliza tus propias palabras y no te preocupes si no has entendido todo el fragmento, lo que nos interesa son las ideas principales. Recuerda los usos de los pasados que hemos revisado en la actividad 2

. Aquí se cuenta la historia de un hombre que vivía…

5. Lectura y trabajo con el fragmento 2 A continuación tienes el segundo de los fragmentos del capítulo I del Quijote. Léelo y pasa a la actividad 6a.

 Es, pues, de saber que este hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran muchos—, leía libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad en esto, que vendió muchas tierras para comprar libros de caballerías, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo encontrar. En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro y perdió el juicio. Se le llenó la fantasía de todo aquello que leía en los libros, y se le asentó de tal modo en la imaginación que eran verdad todas aquellas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

b. Preguntas de comprensión Marca verdadero (V) o falso (F) al lado de las siguientes afirmaciones: ¿V o F? El hidalgo tenía mucho que hacer y no tenía tiempo para leer. Para el hidalgo, la lectura era solo una de sus aficiones. El hidalgo llenó su casa con libros de caballerías. El hidalgo estaba seguro de que todas las aventuras de los libros eran ciertas. 7. Para contar la historia Resume con tus compañeros el fragmento del capítulo que han trabajado. Piensa que luego se lo vas a contar a los compañeros de otros equipos

Aquí se cuenta la historia de un hombre que vivía…

 5. Lectura y trabajo con el fragmento 3

A continuación tienes el tercero de los fragmentos del capítulo I del Quijote. Léelo y pasa a la actividad 6a.

 En efecto, rematado ya su juicio, tuvo el más extraño pensamiento, y fue que le pareció conveniente y necesario, hacerse caballero andante e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban. Y lo primero que hizo fue limpiar y arreglar unas armas que habían sido de sus bisabuelos. Fue luego a ver su rocín. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque —según él pensaba— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno como él, estuviese sin nombre conocido y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le llamó «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo.

 6b. Preguntas de comprensión Marca verdadero (V) o falso (F) al lado de las siguientes afirmaciones: ¿V o F?

El hidalgo se inspiró en los libros de caballerías que había leído.

 El hidalgo no pudo decidir qué nombre ponerle a su caballo.

El caballo del hidalgo era muy fuerte y hermoso.

Después de varios días pensando en un nombre para su caballo, el hidalgo encontró uno que le gustó mucho.

 7. Para contar la historia Resume con tus compañeros el fragmento:

5. Lectura y trabajo con el fragmento 4

A continuación tienes el cuarto de los fragmentos del capítulo I del Quijote. Léelo y pasa a la actividad 6a.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se llamó «don Quijote». Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» y se llamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer honraba el nombre de su patria. Limpias, pues, sus armas, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, solo le faltaba buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. En un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado. Se llamaba Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que se encaminase al de princesa y gran señora, la llamó «Dulcinea del Toboso» porque era del Toboso: nombre, a su parecer, músico y especial y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Preguntas de comprensión Marca verdadero (V) o falso (F) al lado de las siguientes afirmaciones: ¿V o F? Inspirado en Amadís de Gaula, don Quijote se llamó don Quijote de la Mancha. Para don Quijote no era importante buscar una enamorada. Según don Quijote, Aldonza Lorenzo era una mujer hermosa. Don Quijote llamó a Aldonza “Dulcinea del Toboso” porque ella era de ese pueblo. 7. Para contar la historia Resume con tus compañeros el fragmento del capítulo que han trabajado


Actividades de LITERATURA    CURSOS: 3º C y D   18/03/2020

DOCENTE: Daniela Elisa Evequoz

https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/mitos_griegos._paginas_para_el_alumno.pdf

  1. Leer 9, 10 y 11 del texto que encontrarán en el link indicado ut supra.
  2. Realizar una síntesis escrita del contenido leído.
  3. Los tres textos que se copian abajo, son los inicios de tres clásicas obras griegas. Leerlos con detenimiento y determinar qué tiene en común.

(Saludos estudiantes y nos estamos viendo después de la cuarentena)

La Eneida

LIBRO PRIMERO. I. Canto asunto marcial; al héroe canto Que, de Troya lanzado, a Italia vino; Que ora en mar, ora en tierra, sufrió tanto De Juno rencorosa y del destino; Que en guerras luego padeció quebranto, Conquistador en el país latino, Hasta fundar, en fin, con alto ejemplo, Muro a sus armas, y a sus dioses templo. II. De allá trajo su ser el trono albano, Su nombre el pueblo a quien el orbe admira, Roma de allá su cetro soberano… Mas tú a mi osado verso, Musa, inspira! Abre de estos sucesos el arcano; ¿Qué ofensa suscitó la excelsa ira Que a la errante virtud sigue y quebranta? ¿Cupo en celestes pechos furia tanta?

La Odisea

Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar; vió muchas ciudades de hombres y conoció su talante, y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros. Mas no consiguió salvarlos, con mucho quererlo, pues de su propia insensatez sucumbieron víctimas, ¡locas! de Hiperión Helios las vacas comieron, y en tal punto acabó para ellos el día del retorno. Diosa, hija de Zeus, también a nosotros, cuéntanos algún pasaje de estos sucesos.

La Illiada

1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves cumplíase la voluntad de Zeus desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.

8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:

17 ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.

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